jueves, 7 de marzo de 2019

Borrón

1 comentario:
Es extraño para mí enfrentarme a la página en blanco nuevamente. Intento concentrarme en mis dedos para no ver lo que percibo como un inmenso vacío frente a mí. Hace tiempo que dejé de ser ruidosa. Hace tiempo que dejé de pelear por mis ideas. Mi boca se silenció y, junto con ella, mi mente también lo hizo. No tengo nada en concreto que decir, por tanto aquí no hay nada en concreto que leer.

Cambié. Y ya sé qué vas a decir, ¿en serio? No me digas... Sí, todo cambia con el tiempo. Y lo cierto es que este es un hecho que me hace muy feliz. ¿Pero por qué cuesta tanto aceptarlo? ¿Por qué siempre tratamos diferente como malo? Es una mierda ser adolescente. Pero ahí estamos mirando al pasado, viendo fotos y revisando todas las cosas que hicimos en algún punto y que son jodidamente mediocres pero lo hacíamos, y ahora que podríamos hacerlo mejor (tal vez, no lo sé, hay habilidades que sencillamente se pierden) no lo hacemos.

Ser adolescente apesta y no quiero volver a serlo, gracias. Porque oye, pinche gente dramática. En la adolescencia todo explota y todo duele y unos cuantos años después te das cuenta de que qué pendejo eras, porque todo era mucho más fácil. Pinche vida rara. Si pudieras volver atrás intentarías hacer dos, tres, cuatro veces más de lo que en su momento hiciste. Si tuviéramos todo ese tiempo libre y tan pocas preocupaciones (y nada de facturas que pagar, y recursos de los cuales no nos preocupábamos cómo llegaban a casa)... Pero resulta una pérdida de tiempo estarse lamentando sobre cuán pendejo solía ser uno, cuando hay cosas mucho más importantes por las cuales preocuparse; como cuán pendejo es uno ahora, por ejemplo.

Pero bueno, cambié. Y encuentro necesario señalarlo porque aunque vuelvo a escribir en el mismo lugar, no escribe la misma persona. Aunque sí le venimos manejando el mismo nivel de pendejez, creo yo. No me voy a disculpar por el francés, porque no es francés, dejen de mamar, es mi trailero interno hablando. También ya era hora de que lo fueran conociendo, cortesía del cambio. Ya no tengo mucha paciencia para casi nada, cada día voy por la vida más intensa, más furiosa y más arrogante. Y me gusta. Entiendo la problemática de todo, pero secretamente me gusta. No me sermoneen, porque no tengo paciencia para casi nada y los sermones. 

Crudeza, es lo que quiero que salga de mí. Porque me cansé de los filtros y de curar todo y editar todo y pensar exactamente qué puedo decir que sea cool. Que era lo que hacía cuando empecé a generar mi propio ruido. Quería que todo fuera cool. Que mis contemporáneos pensaran que yo era cool. Pero no puedo (no debo) de culparme mucho por esto, porque básicamente de eso va la adolescencia. Así que bleh.

(Y ahora escribo como pinche chavo-ruca, genial.)

En fin, este es mi intento por recuperar el ruido que habitaba en mí. Porque se echa de menos, la verdad que sí. Lo demás no.

Voy a estar haciendo un poco de ruido, aunque sea como referencia para, dentro de unos años, volver a voltear atrás y comparar mis diferentes grados de pendejez.

Ya.